Viene de aquí:
Al principio, la mayoría de los líderes tribales y algunos jesuitas aceptaron el traslado. Pero otros jesuitas se negaron a cumplir el tratado de Madrid y apelaron al rey español, para que reconsiderara su orden.
Pero la jerarquía jesuita en Roma obligó a los sacerdotes jesuitas en América a obedecer. Cada vez en una posición más precaria entre sus obligaciones con los naciones católicas europeas y las obligaciones con sus propios clerigos, el superior de la orden jesuita, Ignacio Visconti, invocó el voto de obediencia para todos los clérigos de la orden, y envió a su representante, el padre Lope Luis de Altamirano para hacer cumplir sus ordenes y las de la corona a los jesuitas rebeldes.
Como cristianos dependientes de la corona española, los guaraníes apelaron al rey Fernando VI, aludiendo a su lealtad a la corona y su impecable comportamiento como soldados del rey.
Cuando sus suplicas cayeron en oídos sordos, se dispusieron a defender sus tierras.
En febrero de 1753,los guaraníes expulsaron de sus tierras a los funcionarios españoles y portugueses encargados de fijar las nuevas fronteras entre el territorio de España y el territorio de Portugal.El gobernador español de Rio de la Plata en Buenos Aires,Jose de Andoanegui , declaró entonces el estado de guerra entre la corona española y las tribus guaraníes rebeldes.
A la declaración de guerra se unió Gomes Freire de Andrade, gobernador portugués de Rio de Janeiro, dando inicio a las llamadas guerras guaraníes.
En junio de 1754 el gobernador De Andoanegui marchó hacia el norte al mando de 1500 soldados y milicianos, entre los que se incluían los famosos blandengues de Buenos Aires, caballería ligera formada por criollos de la zona de Rio de la Plata. Se enfrentó a los guerreros del cacique Rafael Paracatú,de la reducción jesuita de Yapeyu, en el actual Uruguay.
El mal tiempo y las constantes emboscadas de los guerreros guaraníes obligaron a las tropas españolas a retirarse, aunque capturaron al cacique Paracatu en una escaramuza.
Al mismo tiempo,el gobernador Freiré marchaba hacia el norte, chocando contra los guerreros guaraníes liderados por el cacique Sepe Tiaraju,quien fue capturado pero logró evadirse la noche antes de su prevista ejecución. En noviembre de aquel año 1754, los portugueses y los guaraníes firmaban el armisticio.
Los poderes europeos que habían liderado la ofensiva, Portugal y España, movieron sus hilos en la Santa Sede, y el padre Altamirano, enviado por la compañía de Jesús a Sudamérica para encargarse de la supervivion y el reparto de tierras tras el tratado de Madrid, excomulgó a todos los jesuitas que aun seguían del lado de los guaranies.
Mientras, los guaraníes de las reducciones jesuitas consiguieron el apoyo de otras tribus guaraníes no evangelizadas, algo que sirvió de excusa a españoles y portugueses para reanudar la ofensiva.
En diciembre de 1755, el gobernador De Andoanegui avanzó desde Buenos Aires con 1.500 hombres, 159 de ellos soldados españoles, mientras el gobernador Freire partia de Rio de Janeiro con 1.200 soldados portugueses y bandeirantes.
Se reunieron en Santa Tecla, en donde se les unió el gobernador de Montevideo, José Joaquín de Viana, al mando de 1650 soldados.
Su objetivo era la reducción jesuita de San Miguel, en cuyas cercanías acampaba el cacique Sepe con 1.700 guerreros y 8 piezas de artillería hechas de caña de tacuara, que apenas se podían disparar media docena de veces antes de quedar inservibles.
En una escaramuza en Batovi en febrero de 1756, los hombres del gobernador Viana mataron al cacique Sepe. El liderazgo guaraní pasó a manos de Nicolás Neengiru, descendiente directo del héroe de la batalla de Mborore de 115 años atrás.
Aunque tan valeroso como su antepasado, el cacique Nicolás no era tan hábil en el arte de la guerra. Reagrupó a sus guerrero en una estancia al sur del rio Yacui, y se dejo rodear en lo alto de la colina de Caibaté, el 10 de febrero de 1756.
El ejercito guaraní, aunque protegido por troncos y empalizadas, fue derrotado en poco mas de una hora, sufriendo 1500 muertos y 150 prisioneros.Apenas unas decenas de guerreros pudieron huir a la selva, donde librarían una guerra de guerrillas sin esperanza. Las pérdidas de los europeos consistieron en 4 muertos y 30 heridos.
Tras la victoria en Caibaté, las tropas hispano-portuguesas comenzaron a tomar poblados guaraníes y reducciones jesuitas.El 17 de mayo, la reduccion de San Miguel ardía hasta los cimientos, y a finales de mes todos las reducciones habían sido sometidas, y la guerra terminó.
Planta de la Reduccion de San Miguel.
En dos años, los europeos habían terminado con toda resistencia guarani, aunque todo fue en vano, ya que al final, los portugueses se negaron a cumplir con los términos del acuerdo de Madrid, y en 1761 se firmaba el acuerdo de el Pardo, que derogaba la mayoria de los acuerdos alcanzados en el tratado de Madrid .Cerca de 15.000 guaraníes pudieron entonces regresar a sus hogares, aunque la mayoría estaban completamente devastados.
Acusados de instigar la rebelión guaraní, los jesuitas encararon graves consecuencias. El padre Tadeo Ennis, un jesuita alemán, fue capturado en san Lorenzo junto a gran cantidad de notas que describían perfectamente la evolucion de la rebelión guaraní.
Estos papeles sirvieron para acusar a los jesuitas de ser la mano que movía los hilos de la rebelión guarani.El padre Ennis argumentó que era simplemente un capellán y un físico para los guerreros guaraníes.
Más tarde sería absuelto de todos los cargos contra él, pero los críticos anti-jesuitas comenzaron a publicar una serie de libros y manuscritos en los que se acusaba a la orden de haber intentado fundar su propia republica en Paraquaria y otros crímenes contra la corona, señalando a varios jesuitas como participantes directos en la rebelión indígena.
En 1759, a instancias del marqués de Pombal,Portugal se convertia en el primer reino en expulsar formalmente de sus dominios a los jesuitas. En 1764 siguió Francia, y la corona española lo hacía en 1767.En 1773 el papa Clemente XIV daba el golpe de gracia a la orden y ordenaba su supresión el 21 de julio de aquel año.
Así finalizaba la utopía jesuita, el fin de la arcadia feliz de Paraquaria.En 1768, los miembros de la orden jesuita abandonaban todas las reducciones y otras posesiones que aun mantenían en América del sur, posesiones que fueron ocupadas,inventariadas y saqueadas por completo.
Las 30 abandonadas reducciones jesuitas pasaron a ser administradas por las autoridades civiles, que no pudieron mantener el equilibrio administrativo y el sistema socioeconomico establecido por los jesuitas. Los guaranies, viendo lo que estaba ocurriendo en las antiguas reducciones jesuitas, su hogar durante decadas, volvieron a la selva.
Monumento a Sepe Tiarajú, en Sao Luiz Gonzaga, en Brasil.
Durante más de 150 años, los jesuitas habían hecho funcionar un sistema de justicia social basada en el cristianismo, provocando la envidia y la crítica de latifundistas, esclavistas y altos potentados. La unica alternativa que durante aquellos 150 años habian tenido los guaraníes había sido caer en manos de los esclavistas portugueses o trabajar como esclavos para los latifundistas europeos.
41 años después de la supresión de la orden jesuita por el papa Clemente XIV, Pio VII restauraba la Compañía de Jesus en una bula papal emitida el 7 de agosto de 1814.Los jesuitas volvieron a Argentina en 1836, a Uruguay en 1842, y en Brasil en 1844, aunque no pudieron volver a Paraguay hasta 1927.
Para entonces la utopía de Paraquaria solo era un recuerdo, que se iba perdiendo según caían las paredes de las abandonadas reducciones y la naturaleza volvía a ocupar su espacio.
Hoy en dia, las ruinas de las reducciones jesuitas de Paraquaria sirven como atracción turística, y una de ellas, la reduccion de Jesús de Tavarangue en Paraguay sirve como símbolo de lo que pudo haber sido, ya que su nombre en guaraní, Tavarangue, significa “el pueblo que pudo haber sido”.
Jesus de Tavarangue,declarada patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993.
A vanished Arcadia – R.B. Cunningham.